domingo, 23 de noviembre de 2014

La realeza de Cristo Rey – 23 de noviembre

Plinio Corrêa de Oliveira

La idea de la realeza de nuestro Señor Jesucristo ha estado presente en la Iglesia desde el tiempo de su vida en la tierra. Por ejemplo, fue él mismo quien lo afirma cuando Pilato le preguntó: “¿Eres tú el Rey de los judíos?”. Y él le respondió y dijo: “Tú lo dices” (Lucas 23, 3).

Bajo varios títulos encontramos manifestaciones de Cristo como Rey presente en la Iglesia desde sus comienzos. Hay una devoción muy antigua que se llama el Cristo Pantocrátor – la palabra griega para Cristo como Señor de todas las cosas. Él está sentado en majestad en un trono y rodeado por un arco iris circular o por una aureola.

El arco iris en las Escrituras simboliza la alianza que Dios hizo con el hombre después del diluvio; la aureola es un símbolo que estaba reservado para indicar que Él se levantó de la muerte. Desde su trono en las alturas Él gobierna sobre todas las cosas. Es decir, Él gobierna sobre la Iglesia triunfante y la Iglesia militante, las que Él gobierna como Rey desde su ascensión hasta los últimos tiempos, y, de ahí en adelante, para siempre jamás. Él es el soberano y señor de todas las cosas.

Cristo merece el título de rey por dos razones distintas


Esta noción de Cristo Rey implica que Él no sólo es el rey de todas las cosas, sino principalmente el Rey de todos los hombres. Él se merece el título de Rey como el Hijo de Dios encarnado y también como nuestro Redentor. Estos dos derechos de la realeza que Él tiene sobre nosotros no son idénticos. El primero es, podemos decir, un derecho de nacimiento; el segundo es un derecho de conquista.
Él es nuestro Rey por derecho de nacimiento, porque hay un principio que establece que cuando un ser es inmensamente superior a otro, el primero adquiere autoridad sobre el segundo. Nuestro Señor tiene una superioridad sobre nosotros infinita, porque él es un hombre hipostáticamente unido a la Segunda Persona de la Santísima Trinidad. Por su humanidad, así como su divinidad, Él es el Rey y la cabeza de toda la humanidad.

Él es también Rey del género humano como Redentor, porque Él redimió a la humanidad: Él se sacrificó, inmolándose en la Cruz, y con su ofrenda, Él salvó a la humanidad del infierno y abrió las puertas del cielo. Con su sangre conquistó toda la humanidad. Él adquirió un derecho real sobre todos los hombres. De ahí que la realeza de Cristo Nuestro Señor puede contemplarse considerándolo ya sea en su trono o en su cruz, porque los dos derechos, aunque diferentes, son, sin embargo reversibles.

Rey de la Iglesia y Rey del Estado

La humanidad puede ser vista en dos tipos de sociedades: la sociedad espiritual (la Iglesia) y la sociedad temporal (el Estado).

Nuestro Señor es el Rey de la sociedad espiritual, la Iglesia Católica. Él fue su fundador; Él es la fuente de toda gracia y privilegio; Él estableció sus preceptos. Él es la cabeza de esta sociedad monárquica, también llamada a su Cuerpo Místico. Por lo tanto, Él es el Rey de la Iglesia en el sentido propio y verdadero de la palabra.

El Papa es el rey de la Iglesia, puesto que él es el Vicario de Cristo, el representante de Cristo. El poder monárquico que ejerce el Papa ―el poder de las llaves― es un poder que Cristo ha delegado a su Vicario.


Una noción imprecisa a menudo propagada entre los católicos acerca de la separación de la Iglesia y el Estado afirma que la Iglesia sirve a un fin espiritual, mientras que el Estado está volcado hacia un objetivo temporal. La Iglesia conduce a las personas al cielo; el Estado provee a las personas en sus vidas materiales de manera que puedan practicar las virtudes para alcanzar el cielo.
Si hubiera que entender esta separación e independencia en toda su extensión, se podría decir que nuestro Señor es sólo Rey de la Iglesia y que el Estado no tiene un rey. Ello también implicaría que los Estados católicos no tienen que reconocer a nuestro Señor como su Rey. Estas aplicaciones son falsas. Los Estados, por su naturaleza temporal deben tener a nuestro Señor como su Rey. Todo Estado tiene la obligación de aplicar las leyes de nuestro Señor Jesucristo, y, si no es así, se trata de un Estado en una etapa de rebelión contra su verdadero Rey.

¿Es posible demostrar que nuestro Señor es el verdadero Rey del Estado? Ya lo hemos hecho. Él tiene el derecho sobre todos los hombres a causa de su nacimiento como el Verbo encarnado y por su conquista en la redención de la humanidad.

Por lo tanto, el Estado debe reconocer a la Iglesia Católica como la única verdadera y oficial iglesia. No puede permitir el proselitismo de las falsas religiones, aun cuando las reconoce en su lugar en la sociedad ―que no es de relevancia― y las tolera cuando no hay otra solución. Por ejemplo: el Estado brasileño debería siempre evitar permitir la inmigración de protestantes o cismáticos a nuestro país. Si no hay otra solución, sin embargo, lo puede tolerar. Pero lo debe evitar tanto cuando posible, o sería ir en contra de la realeza de nuestro Señor Jesucristo.

Todas las leyes del Estado deberían inspirarse en la Iglesia, como solía ser antes de la Revolución Francesa. De hecho, en esa época, cuando la Iglesia promulgaba una ley, también debía ser aplicada en el Estado sin la necesidad de ser ratificada. Digamos que la Iglesia estableciera nuevas leyes sobre nacimientos, matrimonios, entierros o educación: el Estado automáticamente las acepta y aplica también.

Las autoridades religiosas eran objeto de respeto público y honor porque eran las autoridades de la verdadera Iglesia del Dios verdadero, que era el Rey del Estado.

Para demostrar su respeto por la Iglesia, el Estado debe organizar la vida civil, cultural y artística de acuerdo con la ley de nuestro Señor Jesucristo. Esto es una consecuencia del principio de que nuestro Señor es el Rey de las sociedades humanas.

Estas nociones son muy familiares para nosotros, a pesar de que han sido generalmente olvidadas en la actualidad. Todo lo que escuchamos ya sea desde los púlpitos o las autoridades progresistas nos llevaría no sólo a olvidar, sino también para a estos principios. En consecuencia, nosotros, los católicos nos estamos acostumbrando a la idea errónea de que el Estado debería naturalmente ser a-religioso, que no tiene nada que ver con nuestro Señor Jesucristo. Así, hoy podemos ver el Estado civil constantemente ignorando y negando a nuestro Señor.

Este es el principio de la realeza de nuestro Señor en las dos esferas (temporal y espiritual).

La razón práctica para recalcar estas verdades

Una cosa es creer en estas verdades teóricamente; y otra es vivir con un constante sentido de que son verdaderas. Cada vez que vemos negada la realeza de nuestro Señor en la sociedad civil, tenemos que estar conscientes de ello, sintiendo tristeza por ello e indignándonos por tal negación. Esta verdad debe estar viva en nosotros, como si fuera parte de nuestra piel. Debemos estar tristes al presenciar el laicismo que invade toda la actividad social, en dirección hacia el ateísmo. Debemos soportar la vida en la sociedad actual como unos exiliados, porque se niega la realeza de Jesucristo y se pone todo patas para arriba. Debemos hacer una protesta interna continua contra esta situación.

Sólo con este estado mental podemos ser verdaderos soldados de Cristo Rey.


Por ejemplo, si vamos a la sala de un tribunal brasileño y encontramos un crucifijo en la pared. Hay dos maneras de ver esto. Una es la manera sentimental ―un poco tonta― cuando la persona piensa: “¡Ah, qué hermoso tener a nuestro Señor allí! Él está ejerciendo su influencia sobre los juicios y las sentencias. ¡Mira a ese juez ― debe ser un buen padre de familia, siempre mirando a Cristo en la cruz! Y la parte demandada ― ¡cuántas gracias él debe estar recibiendo de la presencia de nuestro Señor allí!... Y considerar su influencia sobre esos serios miembros del jurado... ¡Ah, qué hermoso es tener a Cristo ahí”!

Creo que esta es una manera sentimental y liberal para no ver la realidad y el verdadero tomento que Cristo está sufriendo por la negación de su realeza que está ocurriendo allí en esa sala. La realidad es bastante diferente de lo que el sentimental católico está pensando. Aunque es bueno tener un crucifijo allí, todo el sistema del derecho y de la justicia de nuestro país hace caso omiso de Jesucristo. Por tanto, el choque de ese remanente de un viejo orden, con el laicismo que domina la ley y los sistemas de justicia actuales, hace una afrenta a nuestro Señor.

Por lo tanto, el verdadero y fiel vasallo de Cristo Rey, el verdadero guerrero de Cristo Rey, debe constantemente mantener una plena noción de lo que está sucediendo a su alrededor, viendo y lamentando todo lo que niega la realeza de nuestro Señor. Es inútil sólo tener ideas abstractas genéricas si no se aplican a las situaciones prácticas de la vida.

Un católico que no asume una actitud de tristeza y amargura cuando ve la realeza de nuestro Señor siendo negada hoy no es un verdadero soldado de Cristo Rey. Debemos estar constantemente tomando esta actitud de amarga tristeza al ver los derechos de nuestro Señor negados a nuestro alrededor. No debería ser una cosa estéril, académica, sino una indignación viril que prepara un contrataque para poner las cosas en su orden correcto tan pronto como sea posible.

Al adoptar esta condición de personas en el exilio, debemos orar a nuestro Señor, pidiéndole que nos permita restaurar su Reino en la tierra de la manera más auténtica y elevada, es decir, a través de la realeza de la nuestra Señora. Es el reino de María que aparece en el horizonte.


Fuente: TIA
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